Un blog sobre la New Age (Nueva Era) y los esoterismos varios que hoy, como una epidemia que afecta al raciocinio y a la lógica, se expanden... Bienvenidos sean usted y Guillermo de Occam.

sábado, 5 de mayo de 2007

Historia y esoterismo




La Historia es una disciplina peculiar: no trata sólo de constatar lo que ha ocurrido, de buscar en documentos o yacimientos los datos que permitan elaborar un relato fiel de los hechos ocurridos en el pasado; también pretende, y aquí cabe la perspectiva, interpretarlos, buscar las causas y las motivaciones personales y sociales, económicas, estructurales, culturales, etc. Es un trabajo de un marcado carácter multidisciplinar, pues muchas veces necesita de otros saberes para poder hacer bien su tarea. De este modo se echa mano de filólogos, geógrafos, arqueólogos, sociólogos, botánicos y de otros científicos y tecnologías de muy diversas áreas. Se trata de una ciencia que necesita de un rigor enorme si se desea ofrecer una visión veraz del pasado. En este sentido, se ha de ser muy fiel a los distintos elementos que permiten leerlo.




Se considera a Tucídides (s. V a.C.) el padre de la Historiografía; si bien hay otros autores anteriores que narraron también hechos históricos, él es el primero que no recurre a intervenciones sobrenaturales o a tradiciones orales y míticas para explicar el curso de los acontecimientos. Desde Tucídides hasta hoy, el esfuerzo de los historiadores se ha visto recompensado por una ingente producción historiográfica y por un rico debate en aquellos hechos para los que caben distintas interpretaciones y lecturas. Obsérvese que hablamos de intrepretaciones y valoraciones de hechos, no de acerca de si ocurrieron o no. Cuando esto se da, esto es, cuando los historiadores discuten acerca de si ocurrió o no un evento, si aparece algún dato contundente que corrobore algunas de las posturas el debate suele terminar.




Sin embargo, últimamente estamos asistiendo a un espectáculo peculiar. Muchas personas acuden a libros y creen versiones de la historia que no sólo carecen de rigor alguno, sino que son absolutamente ficticias. Esto podría ser fruto del error de quien ofrece una investigación mal desarrollada, pero la ausencia total de pruebas y datos, así como de fuentes a las que acudir para confirmar lo dicho, parecen querer decir otra cosa: son puras invenciones. En otras ocasiones, las interpretaciones arbitrarias de los datos conducen al mismo resultado, forzando a decir a los hechos lo que los hechos no dicen.




Como ocurre casi siempre en los ámbitos New Age o esotéricos, cualquier prueba ofrecida para desmentir lo dicho es ignorada en favor de una lectura “inspirada” de la historia. Se concede a los autores capacidades de clarividencia y de “intuición” y se reviste a los relatos de una veracidad que no tiene más base que ésta. Es inútil preguntar sobre las fuentes o sobre las pruebas pues, de nuevo, se considera que la información es sólo asequible a las conciencias de los iniciados que han evolucionado lo suficiente como para encontrar la verdad más allá de lo empíricamente verificable.




Estos inventores se conceden a sí mismos la condición de “canalizadores”, esto es, de portavoces o “canales” de energías o seres de carácter espiritual que les revelan la verdad únicamente a ellos. Los “canalizadores” de este tipo de “verdades” encuentran así la manera de blindar lo que dicen, pues si bien es imposible verificar nada, también es imposible convencer a quien los cree de su falsedad.




¿Cómo se convence a quien cree a los que consideran o dicen que han experimentado la verdad de lo que relatan si por más ámbito de prueba sólo se tiene lo que dicen? Cabe la pregunta inversa: ¿por qué habríamos de creer a quien por toda prueba nos argumenta que lo ha experimentado por tener una conciencia más elevada que la de los que investigan ciñéndose a los hechos? ¿Y cómo es que hay quien los cree?




La premisa de partida, por más absurda que parezca, es ésta: si puede imaginarse, puede ser cierto. Es cuestión, dicen, de enfoque y de tener una mente abierta. De este modo el creyente, aún ante la más rotunda de las evidencias, siempre suele concluir con una pregunta: pero ¿por qué no podría ser?



Otro género que se ocupa de mostrar y de divulgar la Historia es el literario, lo que conocemos como novela histórica. Si bien la mayoría de estas obras está cargada de no pocos elementos de ficción, muchas ofrecen con verdadera maestría una imagen adecuada y asequible de los ambientes, las épocas, los personajes y los hechos. Otras, amparándose en la libertad del escritor, inventan ambientes, épocas, personajes y hechos. Esto no tendría mayor importancia si algunos de estos autores no pretendieran con sus escritos que han dicho la verdad de un modo no académico y con datos antes no tenidos en cuenta, provocando confusión en unos lectores que, sin obligación alguna de ser expertos en estas materias, pudieran concederles credibilidad.


Hemos vivido hace poco un encendido debate en torno al relato de historia-ficción de Dan Brown titulado El Código da Vinci. Han habido muchos más, pero ciertamente no han provocado la misma controversia. J.J. Benítez va ya por la octava entrega de su Caballo de Troya jugando a la confusión según convenga, tratando esas publicaciones como un relato novelesco o como una fiel descripción histórica en función del auditorio y de sus intereses editoriales. Si bien sus tesis centrales han sido ya sobradamente desmentidas, ambos autores siguen manteniendo y defendiendo la verdad de sus fantasías. Es más, cuando en virtud de las pruebas se les somete al juicio de los hechos, muchos de estos autores de esoterismo histórico recurren a las teorías conspirativas, inventándose tramas ocultas e instituciones multimillonarias y poderosas que ponen todo su dinero y su empeño en ocultar una “verdad” que podría destruirlos, victimizando así al pobre y solitario “investigador” que sí se atreve a decir lo que éstos grupos se empeñan en silenciar.



Podríamos pensar que estos clarividentes hablan tan sólo de cuestiones espirituales o esotéricas. No es el caso. A muchos no se les cae la cara al suelo cuando se refieren a ruinas, a pueblos, a personajes reales y fingen y relatan verdaderas fantasías. Así ocurre, por ejemplo, con los inventores de civilizaciones antiguas. No necesariamente han de ser pueblos desconocidos o inventados, les vale también alguna civilización real para desvariar con sus delirios. Así ocurre con Egipto, los mayas o cualquier pueblo de Oriente, que lo oriental siempre da denominación de origen cualificada. Si bien estas culturas son muy conocidas y su estudio está más que avanzado, la ignorancia media (no todo el mundo va a ser experto en todo) permite a estos “investigadores” postular hipótesis tan disparatadas como la de la tecnología extraterrestre presente en la construcción de las pirámides; así lo afirman Pedro Amorós y Enrique de Vicente, verdaderos expertos en todo tipo de cosas...


De igual calado es la actitud de José Argüelles, autor de El Factor Maya, que lo mismo nos habla del sagrado misterio del Gran Ciclo Maya, conocido sólo por él, que de los arcturianos, extraterrestres megachuis colonizadores de Marte, planeta cuyo verdadero nombre sería en realidad Velatropa...


Podrían ustedes preguntarse cómo sabe estas cosas y hacen muy bien en preguntarse, pero no esperen una respuesta sensata. Lo sabe porque es un “canalizador” y ya está. Si a ustedes no les basta es que son unos escépticos que han de evolucionar para abrir sus mentes...

Sigue en Historia y esoterismo II.

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